¿Trabajo comunitario… desde el escritorio?

Cuando escuchamos la frase “trabajo comunitario”, típicamente lo primero que viene a nuestra mente son imágenes de personas en el barrio, en la calle, acompañando a la gente, organizando actividades o escuchando de primera mano las realidades que viven nuestras comunidades. Y sí, a mi modo de verlo, esa es la esencia del trabajo comunitario: la presencia, la cercanía y el contacto humano y sensible.

Sin embargo, se está volviendo más común de lo que yo quisiera normalizar la idea de que el trabajo comunitario también puede hacerse “desde el escritorio”. Ya sea por la virtualidad, por procesos administrativos o por dinámicas institucionales, muchas veces quienes trabajamos en comunidad terminamos más tiempo detrás de una computadora que en los espacios donde realmente suceden las cosas.

La pregunta es inevitable: ¿qué pasa cuando el trabajo se desconecta de lo comunitario y se queda atrapado detrás del escritorio?

Aquí te cuento.

El valor de la planificación… y también sus riesgos

No hay duda: planificar es clave. Sin informes, propuestas, evaluaciones y estrategias sería imposible sostener proyectos a mediano y largo plazo. Definitivamente, el trabajo comunitario necesita orden, estructura y planificación.

El problema, desde mi punto de vista, es cuando ese trabajo administrativo se convierte en el centro.
📌 Cuando las horas de oficina sustituyen las horas de presencia en la comunidad.
📌 Cuando los formularios pesan más que la voz de la gente.
📌 Cuando nos quedamos en la teoría y no pasamos a la acción.

El riesgo más grande es la desconexión de la realidad. Podemos diseñar planes “perfectos” en papel, pero si no están fundamentados en la experiencia vivida por las comunidades, se quedan cortos, repetitivos y pueden resultar irrelevantes.

El escritorio como punto de partida, no como destino

El escritorio es necesario, no digo lo contrario. De hecho, puede verse como punto de partida para idear, ordenar, documentar, planificar y dar continuidad. Lo que no puede convertirse es en el único espacio desde donde se piensa y se actúa en comunidad.

El trabajo comunitario requiere:

  • Caminar las calles: ver con tus propios ojos lo que pasa.

  • Escuchar diversas voces: desde la lideresa comunitaria hasta el joven que usualmente no participa.

  • Construir confianza: algo que se fortalece con la presencia.

  • Aprender en comunidad: entender que la teoría debe ajustarse a la práctica, no al revés.

¿De qué nos perdemos cuando nos quedamos detrás del escritorio?

  1. Conexión con la gente
    El trabajo comunitario no es sobre cifras, problemáticas a resolver o métricas únicamente; es sobre historias, relaciones y vínculos.

  2. Pertinencia en las soluciones
    Las comunidades no necesitan que se les trate como laboratorios ni que seamos “aves de paso”. Tampoco necesitan “recetas”. Se requiere trabajar junto a la gente para encontrar alternativas viables.

  3. Confianza y legitimidad
    Las comunidades saben distinguir quién está presente y quién solo aparece para la foto. La confianza se construye ahí, en la comunidad, no en los informes que sometemos para cumplir y donde, muchas veces, se prioriza cantidad vs calidad.


La virtualidad: ¿una aliada o una excusa?

Es cierto: la virtualidad nos abrió nuevas posibilidades. Hoy podemos conectar comunidades locales con redes internacionales, movilizar recursos más rápido y llegar a más personas en menos tiempo.

El reto está en no usar la virtualidad eternamente como sustituto de la presencia, sino como complemento. Lo digital puede ampliar, potenciar y visibilizar, pero nunca reemplazar la experiencia de estar allí: en vivo y a todo color. ¡Conectar con las personas es otra cosa!

Re-imaginar el balance

El desafío que tenemos como profesionales es lograr un balance saludable entre la planificación desde el escritorio y la acción en la comunidad.

¿Qué podemos hacer?

  • Más escucha activa: que los procesos administrativos sirvan para darle voz a la comunidad, no para silenciarla.

  • Diseñar con la gente, no para la gente: la verdadera innovación y cambio surge de las mismas comunidades.

  • Documentar lo vivido: que la planificación parta de lo que ya se está haciendo en el comunidad o lo que realmente necesita, no de lo que imaginamos desde afuera como “expertos”.

  • Formar equipos mixtos: personas con capacidad administrativa y personas con experiencia directa en el campo.

El llamado

El trabajo comunitario no puede perder su esencia: el contacto humano, la acción colectiva y la transformación desde abajo hacia arriba.

El escritorio es importante, sí. Pero si nos quedamos solo allí, corremos el riesgo de desconectarnos de la realidad, de repetir fórmulas y de perder la confianza de la gente.

La invitación es clara:
💡 Usa el escritorio para planificar, y acciona en la comunidad.
💡 Aprovecha la virtualidad, pero no sustituyas la presencia.
💡 Haz que tu trabajo administrativo esté siempre anclado en lo que pasa en la vida real de la comunidad.


Conclusión

El trabajo comunitario no se mide por la cantidad de informes entregados ni por las horas que pasas frente a una computadora. Se mide por el impacto en la vida de las personas, por la confianza que se construye y por los cambios que se logran colectivamente.

Y tú ... ¿Qué opinas? Te leo.


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