¿Por qué la gente no se involucra? 8 Razones que no podemos ignorar
En muchos espacios comunitarios, una pregunta se repite una y otra vez: “¿Por qué la gente no se involucra ?”
Cuando hablamos de generar impacto en nuestras comunidades, muchas veces pensamos en ideas grandes: proyectos, fondos, programas. Pero una de las claves más importantes –y a veces ignorada– es la participación comunitaria.
Sin embargo, ¿por qué es tan difícil lograrla?
Existen barreras que pueden frenar la participación de muchas personas, y si no las entendemos ni las atendemos, seguiremos viendo los mismos resultados: baja asistencia, desinterés y una sensación de que “siempre va a ser lo mismo”.
La queja principal
Una de las quejas más comunes cuando hablamos de trabajo comunitario es: “La gente no se mueve”, “la gente no llega”, “nadie quiere participar”. Y aunque a veces puede parecer que a la comunidad no le interesa, la verdad es mucho más compleja. La falta de participación no es sinónimo de desinterés. Hay razones profundas, estructurales y complejas que explican por qué muchas personas eligen no involucrarse.
Si de verdad queremos construir procesos colectivos necesitamos dejar de culpar a “la gente” y empezar a mirar “pa’ dentro” y lo que está fallando en cómo invitamos, organizamos y sostenemos esos espacios. Se trata de ver ambas caras de la moneda: la comunidad y mi rol como interventor social.
Aquí te comparto ocho razones clave que pueden estar afectando la participación… y que muchas veces se ignoran, según mi experiencia.
1. Desconfianza y decepción
Mucha gente ya no cree. Ha visto pasar líderes que prometen mucho y hacen poco.
O peor: que usan los procesos comunitarios para alimentar su ego, subir su perfil o cumplir con una agenda personal.
En otros casos, las instituciones han quedado mal tantas veces que la gente asume que cualquier esfuerzo es más de lo mismo. O ocurre lo contrario: se les ve como “aves de paso”.
Esta desconfianza no se arregla con ni con más reuniones ni con más promesas. La gente necesita ver consistencia. Necesita sentir que su voz vale, y que las decisiones no se toman desde “allá arriba”.
2. Falta de información clara
Si la comunidad no entiende qué se está haciendo, para qué sirve, cómo puede aportar o qué beneficios tiene, es muy poco probable que participe. A veces se asume que “todo el mundo sabe” o que “ya se explicó”, cuando en realidad la información nunca llegó o no fue entendida.
Es fundamental comunicar de forma sencilla, directa y en el “idioma que entiende la comunidad”. Explicar sin rodeos, sin tecnicismos, sin letras pequeñas. Y sobre todo, dejar claro cómo cada persona puede aportar y qué impacto puede tener su participación.
3. La forma de comunicar no conecta
Usar un lenguaje complicado o muy técnico no funciona. Esto muchas veces lo que hace es levantar una barrera. Muchas personas terminan sintiéndose fuera de lugar y prefieren no participar para no pasar vergüenzas.
Cuando una persona no entiende lo que se dice, se siente fuera de lugar. Puede pensar que no tiene “el nivel” para estar ahí, que no sabe suficiente o que va a quedar mal. Y para evitar pasar malos ratos, mejor no participa.
Tenemos que hablar claro. Usar ejemplos cotidianos. Preguntar si se entendió. Y validar siempre que no saber también es válido y que todos y todas tenemos algo valioso que aportar.
Muchas veces escuchamos la frase: “Es que la comunidad no se involucra” o “La gente ya no quiere saber de nada”. Pero cuando miramos con atención, lo que encontramos no es falta de interés, sino una serie de barreras que se acumulan con el tiempo.
No se trata solo de identificar estas barreras como si fueran un “check list”. Se trata de reconocer que son señales de que algo no está funcionando.
4. Canales de comunicación poco efectivos
No basta con mandar un email o subir un flyer a redes.
No todo el mundo tiene acceso a los medios, ni los usa de la misma forma ni con la misma frecuencia. Hay quienes no tienen acceso estable a internet, quienes no leen correos, quienes no están pendientes de redes sociales, o simplemente quienes necesitan un contacto más directo y personal para confiar.
Hay que diversificar los canales y buscar formas creativas y cercanas de llegarle a la gente. Combinar lo digital con lo presencial puede funcionar. Usar mensajería, llamadas, visitas casa por casa, estaciones de información, megáfonos si hace falta.
Y siempre preguntar: ¿Cómo prefieren que les avisemos? ¿Cómo quieren recibir la información?
5. Agendas cargadas
La carga en muchos hogares está al límite: trabajo, familia, cuido de personas mayores, tareas domésticas, estudios, etc.
Integrase a un comité o asistir a una reunión comunitaria puede sentirse como “otra carga más”. Por eso es importante ser flexibles: ajustar horarios, compartir tareas, no asumir que quien no participa es porque no le iinteresa. Hay que buscar formas de participación diversas, hacer reuniones más cortas y eficientes. Y sobre todo, reconocer y agradecer cada pequeño aporte, aunque parezca mínimo.
6. Falta de recursos
Algo tan básico como llegar a una reunión puede ser un reto enorme para muchas personas. No hay transporte, no hay con quién dejar a los niños, no hay internet o un lugar cómodo desde donde conectarse. Estas son barreras reales que, si no se atienden, excluyen a un montón de gente.
Si de verdad queremos participación amplia, hay que identificar estos obstáculos y buscar soluciones: coordinar transporte, ofrecer cuido infantil durante actividades, proveer meriendas, buscar espacios accesibles, compartir datos móviles, prestar equipos... Todo esto hace una gran diferencia.
7. Cansancio y frustración
Muchas comunidades han dado la pelea por años sin ver resultados. Han marchado, han escrito cartas, han hecho propuestas... y nada cambia. Eso desgasta, emocional y físicamente. Llega un momento en que la gente se “desconecta”: “Eso no va a cambiar”, “para qué molestarme”, “que lo haga otro”.
Y recuperar la esperanza y la confianza toma tiempo.
Volver a activar a una comunidad cansada requiere paciencia, escucha, y sobre todo, victorias pequeñas. Cambios concretos, aunque sean mínimos, que le devuelvan a la gente la sensación de que sí se puede.
8. Exclusión dentro de los mismos espacios comunitarios
El racismo, clasismo, machismo, homofobia y otras formas de exclusión también se cuelan en nuestros espacios. Si no trabajamos de frente esos temas, seguiremos dejando voces fuera.
Hay voces que no son tomadas en cuenta, personas que son interrumpidas o ignoradas, decisiones que se toman entre las mismas personas de siempre. Es urgente crear espacios donde todas las personas se sientan vistas, escuchadas y valoradas.
Crear espacios realmente inclusivos implica revisar cómo nos estamos organizando, quiénes están hablando y quiénes no, quiénes están tomando decisiones y quiénes no, quiénes son parte y quiénes no.
¿Y ahora qué hacemos con todo esto?
Primero, bajarle dos a la frustración con “la gente”. No es que no les importe. Es que hay muchas barreras que hacen difícil el que puedan participar.
Segundo, empezar a mirar con honestidad cómo estamos diseñando nuestras convocatorias, nuestras reuniones, nuestras formas de trabajo. ¿Estamos siendo accesibles?
¿Estamos escuchando de verdad? ¿Estamos dando seguimiento o solo exigiendo compromiso?
Y tercero, recordar que la participación no se exige: se facilita.
¿Estás trabajando en una comunidad y quieres mejorar la participación? Escríbeme, hablemos.
Estoy aquí para ayudarte a transformar intenciones en acciones colectivas con sentido.